Hace unos días fui a conocer a un recién nacido, me dirigí al centro médico y, al llegar, me fui directamente a la planta de maternidad. Cuando entré, la habitación estaba muy concurrida, todos felicitaban a los nuevos padres y discutían amigablemente sobre los parecidos del recién nacido a uno u otro familiar. Como en ese momento el niño no estaba en la habitación, el orgulloso padre se ofreció enseguida a acompañarme a la nursería para que lo viera y, utilizando su dedo índice, me señalaba la cunita donde el bebé dormía apaciblemente. Allí también estaban otros familiares y amigos de los padres de otros niños y entre ellos se oía la misma conversación: “¡Es precioso! ¡Tiene los ojos del padre!”, decía uno, “¡Y la barbilla de la madre!”, respondía el otro, dependiendo de si los familiares eran de la madre o del padre.
De pronto, uno de los bebes se puso a llorar estrepitosamente y los demás, por empatía o por contagio, se le fueron uniendo uno a uno.
Una de las enfermeras en ese momento consultó su reloj, y le dijo a otra: “¡Ah claro, es la hora! ¡No sé ni por qué llevo reloj! ¡Ellos son mi mejor alarma!”, y empezaron a repartirlos en las diferentes habitaciones. Ya con sus madres, los niños buscaron afanosamente su alimento hasta quedar saciados, después de haberlo exigido con insistencia instantes antes.
Todos nacemos con la capacidad de pedir aquello que, por derecho, creemos que nos corresponde. Con el paso del tiempo, no pocas personas (influenciadas por costumbres sociales o culturales, carácter, educación, etc.) acaban permitiendo cosas con las que no están de acuerdo, o diciendo sí en determinadas situaciones, cuando en realidad piensan que es algo que no desean, y entonces surge el conflicto.
Cuando se descubre que se está haciendo algo que no se desea, surge el sentimiento de culpabilidad por permitirlo, el organismo siente rechazo hacia esta forma de actuar y, entonces, no se puede evitar sentirse molesto e incómodo. El secreto está en aprender a decir No sin sentirse culpable, y en tampoco sentirse culpable con uno mismo cuando se ha dicho Sí sin desearlo.Algunas herramientas
La solución debemos buscarla dentro de nosotros, en la forma de gestionar nuestros sentimientos y emociones. Una buena herramienta podría ser darnos un pequeño margen antes de contestar para no precipitarnos. Esto nos ayudaría a distinguir a tiempo entre lo que sí deseamos y lo que no.
Decir: “En este momento estoy ocupado/a. Si no te importa, después te contesto.” O si estamos seguros de que no es lo que queremos, simplemente decir: “Lo siento pero no puedo hacerlo”.
A partir de aquí, seremos dueños de nuestra propia vida: aprenderemos a respetar respetándonos, y a pensar, sentir y actuar en una sola dirección.
Tal vez en un mundo ideal, todos deberíamos ser ahora como cuando éramos bebés y defender aquello que deseamos. Tal vez en el sitio de los bebés podríamos ser asertivos y decir: “Siento que tengas que levantarte, ya sé que estás muy cansada, pero es que es mi hora de comer”.
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